miércoles, mayo 18, 2016

Día mil doscientos treinta y cuatro.


Hoy me ha observado un niño. Y digo observar en vez de mirar. Me he sentido expuesta, y he tenido miedo. 
Nunca antes alguien me había mirado tan intensamente. Tan a los ojos. Creo que ha leído tres de mis cuatro eternidades. La primera es  mejor olvidarla. 

Ha jugado conmigo. Y ha sido abrumador. Ha conseguido hacer feliz a mi Júpiter triste. 
Se ha sentido tan deslumbrante que parecía que La Luna estaba jugando con nosotros. 

Mirar a los ojos es algo demasiado íntimo, algo difícil de absorber, y complicado de mantener.
Yo solía hacerlo, hasta que me cansé de respirar mentes. Todo el mundo merece su privacidad.

Me he dado cuenta de que yo también quiero comer dinosaurios. Más que nada por sentirme alguien. Me comí mi propia evolución. Digo, suena a una hazaña importante. Algo que contar en un futuro. Tras cien infinitos.
Sigo siendo difícil de digerir, el niño apenas me observaba cinco segundos seguidos. Me sentía en agujeros negros. 

No sé si yo absorbí a alguien cuando no sabía lo que era el mundo. Se tuvo que sentir bien. Estratosférico creo que lo define.

18 de mayo de 2016

Día veintidós. Los patitos.

No entiendo las formas. Ni la imaginación. Ni a quién se le ocurrió la palabra parecer.

Hoy estaba inspirada y he escrito un texto sobre lo bonito que sería suicidarse en primavera. Lo he llamado suicidio de vida. Porque he supuesto que en abril todo nace. Incluso la lluvia. Luego me he acordado del ciclo de la materia. He tachado el nombre. Ahora se llama tachón reinventándome tachón reinventando suicidios. Soy una indecisa con demasiadas pocas dudas.

El caso es el ciclo de la materia, y de la vida, y de la energía. Me he dado cuenta de que todo renace, que nada muere, que la evolución reinventa. Que la naturaleza es eterna. Me he sentido nostálgica al pensarlo.

No me ha gustado. Pero al menos he sentido algo, empiezo a sentir algo más que no sea mi desamueblado yo. He decidido que quiero ser naturaleza. Que quiero pertenecer a ese conjunto de algo a lo que pertenece el mundo y el universo. Yo también quiero ser eterna a cada año. Nunca se me dieron muy bien los círculos. Y los ceros los hago del revés. Cosas de la vida supongo. Cosas del renacer. Las medianoches ya me están cansando.

Sigo nostálgica, porque por una vez siento que no estoy a mi alcance, me estoy adelantando demasiado rápido, creo que me he hecho trampas. 

Es invierno. Creo. Eso me dicen las ventanas. Están sudando calor. También quiero ser ellas. Por tener calor que malgastar más que nada. Ya me estoy cansando de tener que racionar el mío. De tener que racionarme. Es jodidamente agotador. 

No debería haber escrito eso. Dejémoslo en tachón agotador.

Quiero saber cómo se sentirán las hojas al ser infinitas. Quiero morir sabiendo que voy a tener la segunda oportunidad. Y la tercera. Y la cuarta. Así hasta la eternidad.

Efímero, aquello que apenas dura un segundo. Eso somos las personas. Efímeras. Puntuales. Pinceladas de crueldad en un lienzo de eternidad. Quiero formar parte del lienzo. Necesito saber cómo se cuenta algo que no tiene tiempo. Por eso de saber cuántas oportunidades más voy a poder tener. Necesito demasiadas.

22 de enero de 2016

Día mil doscientos treinta y tres.



Me sigo absorbiendo. De otra forma. Ha pasado ya mucho tiempo. Demasiado como para acordadme de aquel viernes trece que olía a martes por todas las esquinas.

Llego doscientos treinta y tres días tarde, pero el paso a las cuatro cifras no fue memorable. Ninguno de mis cambios lo ha sido. Para qué mentirnos, a estas alturas sabes hasta mis ausencias.

Quiero que Nietzsche me defina. Sí. Sé que es bastante imposible. Pero me gustaría tener una teoría suya como mía. Algo así como ella se ganó. Nunca me gustaron los nombres propios. 

Serendipia; descubrimiento o hallazgo inesperado. Hoy ha estado plagado de serendipias, al igual que los últimos seis mil novecientos ochenta y dos días. No sabía cómo definirlo. Era inefable. 
Todavía no he encontrado a alguien que lo sea, me gustaría hacerlo alguna vez.

Hoy he aprendido. Me he sentido más metamórfica que de costumbre, he absorbido demasiados pensamientos que no me pertenecían. Ha sido agradable.

El temor se está empezando a arraigar en mí. Llevo mucho tiempo sintiendo paz. No quiero saber qué va a ser de mí cuando los truenos me alcancen.

Correr nunca se me ha dado bien. Y aún no he aprendido a nadar. Definitivamente esta es la vez que más he tardado en reinventarme. Supongo que hay cosas que nunca aprenderé.
Superarme sigue sin ser una opción. Voy a añadir a la lista de deseos el saber cómo superar algo que eres en el fondo. Ojalá tener un diccionario de mí.


Vida también es inefable. Esa sería mi primera línea.

17 de mayo de 2016

martes, mayo 17, 2016

Día quinientos dos.

Te estoy pensando. Lo siento si te sientes incómodo. O si te sientes desgastado. U observado incluso. Pero no puedo no pensarte tan intensamente.

Te intento expulsar pero no paro de absorberte. Es raro, porque aunque hace media hora que he dejado de hacerlo sigues estando en el aire de mi alrededor. No puedo dejar de respirarte. Y de pensarte. Ahora mismo estás siendo. Espero que lo puedas sentir.

Eres. Eres. Eres. Eres. Eres. Me haces serme. Joder, no te mereces tanto espacio en mi cuaderno. Pero es que eres.

¿Entiendes eso?¿Lo oyes?¿Lo sientes?

Eres. Somos. Estamos siendo incluso cuando la luna está a miles de kilómetros. Parece que el verbo ser está cobrando vida propia. Hoy incluso me atrevería a ponerle tu nombre. Hecatómbico.

Creo que me estoy volviendo loca. Más que nada porque siento que ya no tengo forma. Me has movido todos y cada uno de mis límites. Estoy vagando por el espacio, y digo espacio y no universo, porque siento que es más grande. Y ahora mismo somos los más infinitos del espacio. Porque estamos siendo, ¿lo entiendes?

Creo que tengo que explicarte a mi mente.

No sé por qué me gusta tanto la palabra infinito, eterno, transcender los límites de la vida.

Te he comparado con mi canción favorita, y has sonado igual de bien. Me ha gustado columpiarme en tu aeropuerto de besos. Se ha sentido tan diferente que he compuesto una melodía nueva para ese trocito de tu piel.

Quiero colapsar contra ti. Perdón por esta guerra de frases, ocupas tanto en mí que apenas hay espacio para habitar. Tampoco me importa, me siento completa, por una vez no me cuesta ascender, espero que el descenso siga siendo fácil. Te echaré la culpa si algo cambia. No me gustan las rutinas, aunque esté dispuesta a convertirte en una.

17 de mayo de 2014


Día once.

Día cinco más seis.

Eres tú. Mi querido cinco más seis. Mi conjunto permanente. Mi camuflaje. Mi regreso al futuro. Lo siento Robert, te he robado la frase.

Hoy me he tomado la libertad de descomponerme y acoplarme todas las veces que me ha dado la gana. Diría que he perdido la cuenta pero sería mentirme. Y no quiero luego no creerme.

Han sido once.

No quería ser redundante, la verdad, pero me ha parecido precioso. En realidad he pensado que sería épico, he dicho que no iba a mentir, pero no sé muy bien donde encaja esa palabra aquí.

También sería gracioso, vivir el día cinco más seis sumando doce. Sería algo atípico en mí. Tan atípico que se hubiese sentido como si no hubiese vivido este lapso.

De todas formas me falta una sonrisa, dos canciones y un par de segundos. Supongo que como siempre los estoy reservando. No quiero vaciarme tan pronto. Hoy te debo, me debo, algo más que silencio cuando los ceros reinen el mundo. Te daré un pedacito de la felicidad que me regalaron en mi último cumpleaños. Compartir es vivir. Y no veo mejor manera que acabarte viviendo.


Te sientes bien. Como siempre, no estoy diciendo nada nuevo. Siempre me has permitido completarme. Aunque no entiendo muy bien eso de tenerme y no ser yo. De ser un total camuflado en partes, digo, si soy entera no puedo ser a cachos. Tiene menos sentido que yo. 
Da igual. El Titanic se hundió con las almas equivocadas.

11 de enero de 2013

RECORDARTE:

Siempre te recordaré como la chica que tenía las manos llenas de sueños y la mente viviendo en blanco y negro. Como la chica que vivía a polvos, y a recuerdos, con una botella a la espalda, para asegurarse de no recordar nada al día siguiente. Como la que me llamaba para decirme que el amor no existe y que los finales felices están sobrevalorados, o para recordarme, simplemente, que era viernes, y trece, y que la suerte existía, aunque no en este mundo claro.


Siempre serás aquella que decía que un reloj parado alberga más vueltas que el Casio de tu abuela, porque qué más daba si eran las doce o las cuatro, la luna siempre estaba girando. Y nosotros bailando.

Porque siempre serás la chica de la escala de grises que buscaba matices verdes en otoño. Y la que siempre apostaba por el once. Y nunca perdía. Pero siempre salía de los casinos de aquel barrio del olvido vacía. Y se contradecía. Pero siempre sabía lo que decía. 

Siempre serás la chica, esa que me volvía loco de día y me vaciaba por las noches, a caricias. Y a corridas. La que decía que el tiempo pasado siempre iba a ser más valioso que el futuro. Y que el presente solo duraba un segundo. La que bailaba en silencio, y la que cantaba letras de canciones desconocidas. 

Eres aquella chica del metro, que escondida tras cortinas de agua se preguntaba que se sentía al vivir, y la que buscaba hacerlo al borde de precipicios ausentes de ruido. Pero llenos de sueños. Y recuerdos. Eres la chica con la que cualquiera sueña pero a la que nadie encuentra, ni entiende. La que siempre quiso morir a las doce, para ser eterna, pero siempre pensó que el infinito no existía. 


Fuiste, y eres, el destino más bonito que gané en aquella tómbola rota que alberga los mejores premios de todos. No he vuelto a jugar, porque todavía no te he perdido, ni lo haré claro, sería como perder mi alma, aunque ya no tenga, o como perder mi vida, aunque estuviese dispuesto a morir a medianoche. Eres la chica que no cree en la felicidad, pero que daría todo por reírse a carcajadas limpias y no llenas de doble sentido. La chica que comienza las caricias a besos y cosquillas, y acababa a arañazos. Y a mordiscos. Que era lo que más me gustaba. Te estoy robando el alma, decías, para completar la mía, susurrabas, perdida y gastada. 

Y sigues acumulando otoños bajo tus uñas, y canciones a la luna, y un corazón roto, pero que funciona. Y sigues con la mirada vacía llena de historias que contar. Y corriendo en sentido contrario para matar al tiempo, o pararlo, ya no sé. Y sigues silbando al viento, para hacerle compañía y, enseñarle, otra tarde de primavera, que la soledad nunca es eterna. Y sigues estando por debajo de la línea pero por encima de las nubes. Y sigues diciendo que el amor es un arma de matar, y que te gusta, porque implica morir acompañada. 

Y a pesar de todo, siempre serás ella. 

La chica que me enseñó a bailar en silencio, y me dijo que la vida no estaba hecha para bailar en blancas. Y la que me llevaba al borde de los precipicios y me dejaba ver como bailaba con la muerte. Y la que me entregaba un papel, y decía, segura de sí misma por una vez, que si saltaba eso era su despedida. Pero siempre se quedaba. Colgada de un hilo más fino. Y con un porro de más, y un año de vida menos. Pero con las manos llenas de sueños, y la mente viviendo en blanco y negro. 

Siempre serás la de los folios en blanco, y los espejos tapados, y la que buscaba calles llenas de historias, y la que tenía miedo a perderse en sus ideas, y aún así se sumergía en ellas. Y la que gritaba que el mundo era suyo en lo alto de la montaña para sentirse alguien por una vez. Y la que lloraba cuando no sufría, y reía cuando moría. Y ella. 

Y me enseñaste que morir no es tan malo, y que si tengo que elegir un día lo haga un viernes, y trece, a las doce. Y aprendí que las personas rotas son las que más secretos guardan, y que de nada sirve intentar arreglarlas si no sabes cortarte con sus trozos. Y lo hice. Y me encantó. Lo de cortarme con todos y cada uno de tus trozos claro. 

Y supe, y sé, en aquella tarde de diciembre con olor a verano pasado, que siempre serías ella. Y que quizás no fueses conmigo. O no fueses directamente. Pero siempre serás. Así que busca tu viernes trece y pon el reloj en marcha. Porque tú y yo sabemos lo que son estas líneas. Aunque yo sí creo en los finales felices sobrevalorados, así que vuelve, una vez más, recoge las mil canciones que te debo, y los besos que nunca te di, y luego vete, pero vuelve. 

Y cuando me pregunten quién es ella diré que es invierno olvidado y cálido. Y semicorcheas. Y dolor y vida. Y precipicios bajo la luz de la luna. Y canciones sin melodía pero canciones preciosas. Y diré que tenía la sonrisa más bonita que mis ojos pudieron ver algún día. Y que poseía los ojos más profundos en los que encontrarse. Y que vivía con medio corazón, para nunca romperlo del todo. Y diré que era ganas de muerte y vida. Y papeles del más allá guardados en el presente. Y despedidas. Y reencuentros. Y diré que era amor inexistente. Y soplos de olvido. Y tardes mañaneras. 
Y cuando me pregunten por ella diré que era mía. Y que lo sigue siendo. Aunque ya no sea para ellos. Porque será eterna. Y a media noche, la veré bailar junto a la luna canciones ausentes, y recordaré todas las veces que susurró que solo quería ser recordada, y sonreiré, y gritaré, seguro de mí mismo por una vez, que siempre te llevaré conmigo. 

Y diré que siempre será ella. Porque siempre serás tú. 












lunes, mayo 16, 2016

Día trece.

No sé a qué día estoy. Pero sigo aquí.

Supongo que a viernes. Por eso de que la mala suerte toca tierra en esa fecha. Hoy ha vuelto a abrazarme con fuerza. Ha vuelto a acorralarme entre la realidad y la ficción. Ha vuelto a querer mantenerme a flote bajo sus propias condiciones suicidas. Esas que te dicen que solo puedes respirar si te disparas sin piedad. 

Quizás, y solo quizás, debería a aprender a bailar con los dos pies de una vez y no alternar el izquierdo y el derecho. Como si eso fuese a alejarme del desastroso final al que parece que estamos destinados. Como si eso fuese a dejarme bailar con mi Júpiter triste durante el resto de mis mediasnoches. Como si me fuese a sobrevivir con un solo pie.

Hoy me he vuelto a sentir como hacía nunca que lo hacía. He notado que volvía a estar en mí. Que toda yo desprendía olor a hogar, y que mis ojos lloraban alegría en silencio. No sé por qué si hoy todo el mundo parece que llora. El cielo está triste, no, no hay nubes, por eso supongo que está triste, porque ni siquiera se quiere ocultar. 

La suerte se escabulle, la verdad ya no sé si existe o es otra leyenda de antiguos dioses, no me importa, no me importo. Solo sé que se va. Se está yendo. Como yo me estoy yendo de mí misma.

Cuanto más me pierdo más me encuentro. Es curioso, me repito, lo perdido que hay que estar para encontrar tu verdadero epicentro. Y dijo epi, y no hipo, lo de buscarme en mi interior ya está muy visto, muy desgastado, muy sin salida. Sigo creyendo que somos lo que expulsamos. Espero llegar al día mil absorbiéndome. 


13 de enero de 2013